El año pasado hicimos el Spigolo en la aguja pequeña, así que este tocaba alguna en la grande.
Como vía más clásica, nos decidimos por la Face Est. Aunque también la pintan como una de las más fáciles a la aguja, sabíamos que con los nombres de sus aperturistas: de Bellefon, Despiau, Dufourmantelle y Ravier, las cosas no iban a ser tan sencillas. Y así era.
Desde el inicio mismo ya se plantean algunos problemas. Tras dos horas de parteo cómodo llegas a la base de la pequeña y ahora viene cuando lo matan: una larga travesía por pedreras inestables, incómodas y agónicas, que te pueden dejar echo caldo antes de empezar. Una buena hora más (menos mal del Burn). Resulta que, casualmente, me enteré que había habido el año pasado un derrumbe en la vía, parte del L2 se había venido abajo. Todos los detritos y bloques quedaron empotrados en la chimenea de inicio, que si ya era cutre de por si, ahora resultaba especialmente delicada y peligrosa por la inestabilidad de los últimos bloques caídos. Como no sabíamos realmente el estado actual, tras un año transcurrido, para asegurarnos el tanto fuimos por la banda contraria a la chimenea. Previamente me había informado que era posible subir por aquí y que originalmente era lo que hicieron sus primeros ascensionistas. Era un poco agónico por la inestabilidad del terreno pero te solucionaba la papeleta. Santi se pone bien contento al encontrarse un piolet técnico que acarrea durante toda la ascensión (ver fotos). Le siguen unos tramos de escalada fácil (III) como siempre a pelo, pero mucho mejores que el Billare. Llegamos a la puncha final del pedestal y bajamos unos 20 metros sencillos, por la vertiente contraria. Por fin estamos a pie de vía. Santi dice que nunca había andado tano para ir a escalar, le hablo de la Maladeta, dice que no irá.
Desde el inicio, la mini-fisura del primer largo se ve bastante así-así. Los clavos de la señorita Pepis que la adornan tampoco invitan mucho al libre, aún así Santi se la trabaja sin mucho problema y disfrutándola. Escalada vertical, presas laterales y poco pie. Fatal para la muñeca. Subo acerando a saco. En uno de los pocos pasos que hago en libre me salta una presa, puaaj.
El derrumbe no representa ningún problema para la repetición de la vía. Lo que antes era una travesía bajo un techito, ahora es una bella placa arregleteada, te aseguras bien, justo antes.
El resto de la vía sigue por terreno muy vertical, con ambiente y alguna fisura memorable. Hasta llegar a la arista final, aquí la roca se transforma en ultra-cutre. Menos mal que la dificultad decrece considerablemente.
El rápel da pena, por el deterioro de los cordinos existentes. Como el pirulo dónde están es tan enorme, sólo tenemos tres opciones: rapelar de lo que hay (paso), cortar un trozo de la cuerda nueva (paso), poner un clavo a caldo y un cordino largo que una con la instalación original (es lo que hago). A este tipo de vías siempre llevo un pequeño martillo y algunos clavitos.
El largo de salida, que de frente parece infernalmente guarro, resulta que es fácil y hasta agradable.
Todo lo que tiene de asqueroso el último largo de la aproximación, lo tiene de cómodo la bajada.
Evitamos de nuevo a los mastines de las cabañas, por si acaso, y tras 12 horas de jornada laboral llegamos al coche.
Ese día pasamos el túnel y nos zampamos unas pizzas en Canfranc, la mía está cruda. Caguendena.
VVB.