jueves, 5 de noviembre de 2009

ESPOLÓN DE LOS AGUJEROS - OBSESIÓN





























En una pequeña excursión que realizamos por el barranco durante nuestra primera visita a Montanejos, ya vislumbramos la majestuosidad y pureza de líneas del espolón de los agujeros. Por aquel entonces sólo contaba con una vía: Autopista al infierno (Moreno-Sasot-Rodríguez), un buen fregao, desequipado y con roca así así, aunque con un trazado muy estético y espectacular. En aquel primer viaje, escalamos el primer día la Pericondrio, luego vinieron las fiestas, los toros y las vaquillas. El resto de esa semana santa fue fiesta-levantarse a medio día-algún bordillo cuanto más corto mejor.
Cuando, por la noche, vi aquel pedazo de bicho negro y con los cuernos en llamas, me quedé impresionado y rápidamente busqué resguardo para verlo de lejos, que era dónde mejor se estaba. Nuestro compañero y conductor del coche, Mc.Key se lo tomó más a la torera (sensiblemente ayudado por el alcohol y los humos) y en un momento dado estaba el sólo ante la bestia, se arrodilló y le dio la espalda. La peña enfebrecida gritaba: torero, torero. Nosotros sólo veíamos al Mc.Key muerto y volviendo a casa en autobús. El morlaco se lo miró y, milagrosamente, pasó de el y se largó para otra parte. Ese día, Mc.Key tuvo una segunda oportunidad en la vida, aunque me parece que el ni se enteró. La siguiente jornada anunciaban vaquillas y el asunto era correr delante de ellas. Yo, inocentemente, me imaginaba unas vacas pequeñitas, lentas y torpes y me animé a ir con la peña a correr un poco. Duré segundos, lo justo para ver aquellos bicharracos con unos pedazo de cuernos tremendamente afilados y que corrían como guepardos. De nuevo a la parte trasera, a verlo de lejos. Luego estaba el carring: te ponías tumbado encima del coche, con las ventanas abiertas (para que te oyeran los de abajo y poder cogerte a algún sitio), según ordenara el de arriba, el conductor aceleraba más o menos para darle emoción a la cosa. Aunque este solía pasar de todo y meterle a saco. Luego estaba la peña que ya iba directamente a desparramar, me dejó impresionado especialmente un tipo de Toledo que iba vestido con una especie de mono negro en el que habían estampados todos los huesos, a modo de esqueleto, sumado a una enorme melena negra, impresionante. Un día, en la plaza del pueblo todo el mundo sentado por los suelos haciendo botellón (no es de ahora el invento, no). Total que aparece la guardia civil y el tronco del esqueleto agarra una litrona y la lanza por los aires al grito de “a ver quién es más punky” (Lapolla Records, muy de moda por aquel entonces). La benemérita comienza a pedir papelas y llevarse a alguno para el cuartelillo. Al remate, ese año no se hicieron los toros en Montanejos, y todos nos trasladamos a Montan, dónde si que había. Con todas estas y algunas más, poco escalábamos, total la roca no se iba a mover de allí.
Por suerte, tras 27 años no sólo estaba todo en el mismo sitio sino que, además, se habían abierto más itinerarios.
Después de escalar la magnífica Luna, se imponía otra vía en una de las paredes más largas de Montanejos, y seguro que no será la última. El siguiente objetivo estaba claro que sería la Obsesión. Una línea muy lógica y buena, que comienza con algunas placas de calentamiento y continua por un evidente sistema de diedros, otra gozada de itinerario aunque un punto menos espectacular que su vecina. Aunque tras un primer vistazo a la guía de Ernesto, esta pueda parecer más difícil (que realmente lo es a nivel de dificultad de algunos movimientos) en conjunto es más fácil porque los seguros están más cercanos.
Realizada en 4 grandes largos, con una cuerda de 70 metros.







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