Noche en la cama: por mucho que intento pensar en otra cosa (borreguitos por ejemplo), la cabeza sólo piensa en una cosa: la vía de mañana. Siempre que toca Montrebei pasa igual, todos los cocos te vienen a asaltar, le das vueltas, te imaginas tremendas fisuras rojas, rotas y desplomadas dispuestas a engullirte; placas sin asegurar; entradas a feixa casi verticales y de tierra pura; piedras y lajas que saltan. Debes ir con los ojos bien abiertos y preparado para todo. En definitiva, aquí debes estar dispuesto a salir de tu zona de confort, sea la vía que sea. Unas más que otras, pero todas un poco.
La incerteza, esa incerteza que no empieza a desaparecer hasta llegar a pie de vía, ahí te cambia el chip y te pones en modo 4 x 4 y a ver que pasa. Luego a navegar, a derechas e izquierdas, colándote ente lisos muros y de golpe cogiendo el vacío más absoluto. La roca no es mala, la tierra está ahí. Los spits ni los mires, los clavos menos.
Clon, clon, clon, clavar unos cuantos a caldo en un artificial (6c si sobras), lejos de las modas. Es justo aquí dónde quiero estar y estoy.
De golpe finaliza la pared, bruscamente, tal y como empezó.
Hemos pasado miedo, hemos disfrutado con roca excelente, hemos temblado colgando como chorizos del extraplomo. Hemos salido del sofá para hacer un pequeño viaje montrebeiano.
La planicie de la cima nos devuelve al mundo real, ha sido una fantasía.
Esto crea adicción, te pilla. Volveremos.
Con Porta.
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