Tras un tremendo madrugón y viaje desde El Pont, con Lorenzo, nos dirigimos hacia las pistas de Formigal en busca de una de las cimas más bonitas de la región, y diría que de todo el Pirineo: El Anayet. El inicio del pateo transcurre por las mismas pistas, bajo el desolador panorama que ofrecen tantos hierrajos en verano, tipo Mad-Max. Tras subir la primera gran cuesta con la lengua fuera, iniciamos las travesías menos evidentes que nos conducen al cable secreto y que si no sabes que está ahí, ni vas. Superamos este resalte rocoso y llegamos a la gran explanada que alberga los Ibones de Anayet. Que lugar más bonito, mezcla de agua, prados y rocas de tantos colores. La arenisca tan roja como en Utah, se funde con una extrañísima andesita. Lejos de ofrecer líneas geométricas y fisuradas como su ilustre vecino, el Ossau, aquí la roca es de lo más extraña y la confianza que ofrece de lejos es nula. El Anayet se alza solitario, majestuoso e imponente, como queriendo disputarle el trono a su vecino. No llega a hacerlo, pero quizás algún día….
Nuestro objetivo es la popularísima vía de Los Balcones. Recorre una línea excelentemente resuelta, logrando un itinerario sencillo y homogéneo. La roca, de entrada no da ninguna confianza, parece que todo tenga que romperse, pero no lo hace. En realidad está más soldada de lo que aparenta. El trabajo de limpieza realizado por sus aperturistas, también ayuda.
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