Ese día subíamos Héctor y yo en dirección a la pared y con la idea insana de inaugurar una nueva línea. Las miradas apuntaban hacia la derecha y yo lo tenía bien claro: el espolón noroeste, que delimitaba la pared por la derecha. Su aspecto era, digamos, inconcreto. Héctor no paraba de mirar la zona central norte, por dónde más tiraba. Cedí y abandone mi idea en favor de la suya. Se adivinaba una línea que se colaba entre la zona de desplomes y que igual estaba bien.
Ese primer día abrimos tres largos y medio, resolviendo hasta mitad de los desplomes. Durante el descenso en rápel aprovechamos para limpiar alguna sección, tirar abajo unos cuantos bloques y colocar algún seguro más.
Al cabo de un tiempo regresamos con la idea de finalizarla. El zulo de material llevaba un mes sin que nadie le diera un vistazo. Nadie no, algún bicho se había puesto las botas, devorando la cuerda de 60 metros, ahora reducida a una de 30 y otros dos o tres cachos más cortos. De entrada nos reímos, luego ya no. No veía nada claro que ese día haríamos algo, pero Héctor, bastante más optimista, me izo verlo de manera positiva: hasta 30 metros con doble cuerda, más allá; ya con un factor de caída bastante reducido; continuaríamos con cuerda simple (y sin caerse).
Héctor finaliza magistralmente el largo del desplome, difícil y con ambiente. Y, pocas horas después llegamos a la cima. Nos hemos exprimido y hemos exprimido a la pared, como resultado: The Lemon, en homenaje al limoncillo que se está gestando este verano.
Ese día subíamos Héctor y yo en dirección a la pared y con la idea insana de inaugurar una nueva línea. Las miradas apuntaban hacia la derecha y yo lo tenía bien claro: el espolón noroeste, que delimitaba la pared por la derecha. Su aspecto era, digamos, inconcreto. Héctor no paraba de mirar la zona central norte, por dónde más tiraba. Cedí y abandone mi idea en favor de la suya. Se adivinaba una línea que se colaba entre la zona de desplomes y que igual estaba bien.
Ese primer día abrimos tres largos y medio, resolviendo hasta mitad de los desplomes. Durante el descenso en rápel aprovechamos para limpiar alguna sección, tirar abajo unos cuantos bloques y colocar algún seguro más.
Al cabo de un tiempo regresamos con la idea de finalizarla. El zulo de material llevaba un mes sin que nadie le diera un vistazo. Nadie no, algún bicho se había puesto las botas, devorando la cuerda de 60 metros, ahora reducida a una de 30 y otros dos o tres cachos más cortos. De entrada nos reímos, luego ya no. No veía nada claro que ese día haríamos algo, pero Héctor, bastante más optimista, me izo verlo de manera positiva: hasta 30 metros con doble cuerda, más allá; ya con un factor de caída bastante reducido; continuaríamos con cuerda simple (y sin caerse).
Héctor finaliza magistralmente el largo del desplome, difícil y con ambiente. Y, pocas horas después llegamos a la cima. Nos hemos exprimido y hemos exprimido a la pared, como resultado: The Lemon, en homenaje al limoncillo que se está gestando este verano.
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