Cierto parque natural (muy conocido) del Pirineo, decidió en su día proteger algunos senderos para que nadie se cayera para abajo más de la cuenta y para ello mandó a sus expertos operarios a que montaran las instalaciones. Con toda su buena voluntad, compraron los anclajes más sencillos de colocar y el cable más finito que encontraron. Al cabo de unos 10 años, aproximadamente, el resultado es el que aparece en la foto: un cable excesivamente fino y además forrado de plástico, más cómodo para cogerse pero infinitamente más vulnerable a la corrosión por la dificultad de evacuar el agua con rapidez. Unos anclajes totalmente inadecuados para una roca esquistosa de mala calidad y, además colocados junto a rebordes, de forma que al expandir rompen la roca. Al parecer, el elevado componente ferruginoso de la piedra, también a contribuido a la prematura oxidación y gran deterioro del anclaje. Para rematar la faena, colocan un gran cáncamo con un elevado efecto palanca, pero como este no es suficiente, le añaden la tuerca detrás para multiplicarlo.
Alguno de ellos ya ha saltado el solito, los otros esperan su turno. Dicho sea de paso, no cumplen una función vital, únicamente para quien quiera agarrarse y pasar más cómodamente, pero como alguien tire mucho de ellos… Fácilmente, si su misión fuera la de parar una posible caída o ayudarse en tramos verticales, habían puesto lo mismo, me temo.
¿Espabilaremos algún día de nuestra incompetencia? Mejor no poner nada, antes que hacer tamaña chapuza.
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